En el V Aniversario de la Encíclica Evangelium
Vitae
DISCURSO DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
A LA VI ASAMBLEA GENERAL
DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA
VIDA
14 de febrero de 2000
“Señor cardenal; venerados
hermanos en el episcopado y el sacerdocio; ilustres señores y señoras:
1. Deseo, ante todo, dar gracias al Consejo
pontificio para la familia, al Consejo pontificio para la pastoral de los
agentes sanitarios y a la Academia pontificia para la vida por haber pensado y
organizado esta Jornada conmemorativa del quinto aniversario de la publicación
de la encíclica Evangelium vitae. Tiene lugar en el marco de las celebraciones
del Año jubilar, y quiere estar en sintonía de oración con la peregrinación que
haré a Tierra Santa el mes próximo para venerar los lugares donde "el Verbo se
hizo carne" (Jn 1, 14).
Saludo al señor cardenal Alfonso López Trujillo y le
agradezco los sentimientos manifestados en el saludo que me ha dirigido. Os
saludo asimismo a todos vosotros, participantes en esta reflexión sobre un
documento que considero central en el conjunto del magisterio de mi pontificado
y en continuidad ideal con la encíclica Humanae vitae del Papa Pablo VI, de
venerada memoria.
2. En la encíclica Evangelium vitae, cuya publicación
fue precedida por un consistorio extraordinario y una consulta a los obispos,
tomé como punto de partida una perspectiva de esperanza para el futuro de la
humanidad. Escribí: "A todos los miembros de la Iglesia, pueblo de la vida y
para la vida, dirijo mi más apremiante invitación para que, juntos, ofrezcamos a
este mundo nuestro nuevos signos de esperanza, trabajando para que aumenten la
justicia y la solidaridad y se afiance una nueva cultura de la vida humana, para
la edificación de una auténtica civilización de la verdad y del amor" (n.
6).
Vida, verdad, amor: palabras que entrañan sugerencias
estimulantes para el compromiso humano en el mundo. Están enraizadas en el
mensaje de Jesucristo, que es camino, verdad y vida, pero también están grabadas
en el corazón y en las aspiraciones de todos los hombres y
mujeres.
La experiencia vivida en la sociedad, a la que la
Iglesia ha llevado con renovado impulso su mensaje durante estos cinco años,
permite comprobar dos hechos: por una parte, la persistente dificultad que el
mensaje encuentra en un mundo que presenta graves síntomas de violencia y
decadencia; por otra, la inmutable validez de ese mismo mensaje y también la
posibilidad de su aceptación social en los ambientes donde la comunidad de los
creyentes, implicando también la sensibilidad de los hombres de buena voluntad,
expresa con valentía y unión su compromiso.
3. Existen hechos que demuestran cada vez con mayor
claridad cómo las políticas y las legislaciones contrarias a la vida están
llevando a las sociedades hacia la decadencia moral, demográfica y económica.
Por tanto, el mensaje de la encíclica no sólo puede presentarse como verdadera y
auténtica indicación para la renovación moral, sino también como punto de
referencia para la salvación civil.
Así pues, no tiene razón de ser esa mentalidad
abandonista que lleva a considerar que las leyes contrarias al derecho a la vida
-las leyes que legalizan el aborto, la eutanasia, la esterilización y la
planificación de los nacimientos con métodos contrarios a la vida y a la
dignidad del matrimonio- son inevitables y ya casi una necesidad social. Por el
contrario, constituyen un germen de corrupción de la sociedad y de sus
fundamentos.
La conciencia civil y moral no puede aceptar esta
falsa inevitabilidad, del mismo modo que no acepta la idea de la inevitabilidad
de las guerras o de los exterminios interétnicos.
4. Gran atención merecen los capítulos de la
encíclica que tratan sobre la relación entre la ley civil y la ley moral, por la
importancia creciente que están destinados a tener en la renovación de la vida
social. En ellos se pide a los pastores, a los fieles y a los hombres de buena
voluntad, especialmente a los legisladores, un compromiso renovado y concorde
para modificar las leyes injustas que legitiman o toleran dichas
violencias.
Es preciso usar todos los medios posibles para
eliminar el delito legalizado, o al menos para limitar el daño de esas leyes,
manteniendo viva la conciencia del deber radical de respetar el derecho a la
vida desde la concepción hasta la muerte natural de todo ser humano, aunque sea
el último y el menos dotado.
5. Existe otro campo muy amplio del compromiso en
favor de la defensa de la vida en el que la comunidad de los creyentes puede
mostrar su iniciativa: es el ámbito pastoral y educativo, sobre el que trata la
cuarta parte de la encíclica, dando orientaciones concretas para la edificación
de una nueva cultura de la vida. Durante estos cinco años se han emprendido
numerosas iniciativas en las diócesis y las parroquias, pero queda aún mucho por
hacer.
Una auténtica pastoral de la vida no se puede delegar
simplemente a movimientos específicos, por más meritorios que sean,
comprometidos en el campo sociopolítico. Siempre debe formar parte integrante de
la pastoral eclesial, a la que compete el deber de anunciar el "evangelio de la
vida". Para que esto suceda de modo eficaz, es importante la realización tanto
de planes educativos adecuados como de servicios e instituciones concretas de
acogida.
Esto supone, ante todo, la preparación de los agentes
pastorales en los seminarios y en las facultades de teología; requiere, además,
la recta y concorde enseñanza de la moral en los diferentes tipos de catequesis
y de formación de las conciencias; se concreta, por último, en la organización
de servicios que permitan a todas las personas con dificultades recibir la ayuda
necesaria.
A través de una acción educativa concorde en las
familias y en las escuelas, hay que lograr que los servicios adquieran el valor
de "signo" y mensaje. Del mismo modo que la comunidad requiere lugares de culto,
debe sentir la necesidad de organizar, sobre todo en el ámbito diocesano,
servicios educativos y operativos para sostener la vida humana, servicios que
sean fruto de la caridad y signo de vitalidad.
6. La modificación de las leyes tiene que ir
precedida y acompañada por la modificación de la mentalidad y las costumbres a
gran escala, de modo capilar y visible. En este ámbito, la Iglesia ha de hacer
todo lo posible, sin aceptar negligencias o silencios
culpables.
Me dirijo de modo particular a los jóvenes, que son
sensibles al respeto de los valores de la corporeidad y, ante todo, del valor
mismo de la vida concebida: ellos han de ser los primeros artífices y
beneficiarios del trabajo que se realice en el marco de la pastoral de la
vida.
Renuevo, asimismo, la exhortación que dirigí en la
encíclica a toda la Iglesia: a los científicos y a los médicos, a los educadores
y a las familias, así como a cuantos trabajan en los medios de comunicación
social, y de modo especial a los especialistas en derecho y a los
legisladores.
Gracias al compromiso de todos, el derecho a la vida
podrá aplicarse concretamente en este mundo, en el que no faltan los bienes
necesarios si se distribuyen bien. Sólo así se superará esa especie de
silenciosa y cruel selección por la que los más débiles son injustamente
eliminados.
Ojalá que todas las personas de buena voluntad se
sientan llamadas a movilizarse por esta gran causa. Que las sostenga la
convicción de que cada paso dado en defensa del derecho a la vida y en su
promoción concreta es un paso dado hacia la paz y la
civilización.
Esperando que esta
conmemoración suscite un nuevo y concreto impulso para el compromiso en favor de
la defensa de la vida humana y la difusión de la cultura de la vida, invoco
sobre todos vosotros, y sobre cuantos trabajan con vosotros en este delicado
sector, la intercesión de María, "Aurora del mundo nuevo y Madre de los
vivientes" (Evangelium vitae, 105), y os imparto de corazón la bendición
apostólica”.